Visito un pueblo pequeño en las alturas de la provincia de Yauyos. 3200 msnm. Tan cerca y tan lejos de la provincia de Lima. Vistas espectaculares de la sierra más verde que se pueda imaginar finalizando la temporada de lluvias, cruzada de ríos prístinos que bajan de las alturas. Estas montañas gigantes adonde la niebla sube al caer la tarde dejan mudo al forastero. Pero debajo de tanta belleza también hay problemas.
El pueblo tiene unos 500 habitantes pero el distrito comprende poco menos de 2.000 pobladores desperdigados por anexos a donde se llega a pie. Cuenta con una buena posta de atención diaria, con ambulancia incluida, atendida por una congregación religiosa de hermanas enfermeras. Cada 15 días vienen un dentista y un médico. El colegio inicial, primario y secundario recientemente reconstruido tras el terremoto del 2007 luce como la mejor edificación. La plaza principal, el cementerio y el local municipal están en buenas condiciones. El progreso llego a las casas con energía eléctrica para cada una, abastecida por la Hidroeléctrica de Platanal, pero tal vez, lo más importante, el agua y el desagüe también llegaron para quedarse. Me sorprende ver junto con la desaparición de la teja y el reinado indiscutible de la calamina, los platos de TV satelital en casi todas las casas, lo que da cuenta de que la conexión con el mundo y el ingreso excedente para el entretenimiento también han llegado aquí.
Viñak vive del ganado y de la agricultura. Un poco más arriba hay llamas, alpacas y ovejas pero no han podido organizarse para criar vicuñas. Se siembra papa, oca, habas, cebada, arveja y trigo, pero en pueblos vecinos se está sembrando albaricoque con gran éxito comercial. Leo, Ramón, Alberto, mis interlocutores y guías en este viaje, me cuentan algo que será una letanía: “aquí no sabemos organizarnos”. Me cuentan que tienen un presupuesto aprobado por la provincia para empedrar las pocas calles del pueblo, lo que sería de gran beneficio porque es un lodazal, pero este nunca se llega a ejecutar. El alcalde está muy enfermo y desde entonces, me dicen, “estamos huérfanos”.
Viñak y toda esta zona de Yauyos tienen un potencial turístico enorme de abril a noviembre. Sin embargo, el único hospedaje preparado para recibir turistas tiene apenas 40 camas y está lleno. 40% son extranjeros. Ir a interesantes poblados cercanos, como Tupe, se hace a pie. El camino afirmado que sube de San Jerónimo (km 72 de la vía Lunahuana–Yauyos) es de menos de 40 km pero se tarda más de dos horas en recorrerlo. La última de ellas, aun con una ligera lluvia, es solo para los que les gusta las emociones fuertes. La trocha pegada al precipicio se estrecha y las llantas derrapan en el lodo mientras que la pendiente obliga a acelerar un poco, pero no mucho más. Para empeorar las cosas, la niebla cubre todo cuando va cayendo la tarde. Me dicen que no hubo plata (¿o voluntad?) para arreglar los últimos 12 km que tardan una hora en recorrerse, que las envidias, los celos y, en fin, las rencillas de otros pueblos que mejor no menciono no permiten la prosperidad de todos.
Espero volver a Viñak con un mejor camino señalizado, como me pidieron mis guías. Con más calles empedradas y mejor calidad educativa. Con más turistas, más refugios, más albaricoques. En fin, con progreso para todos, sin haber movido en nada ese paisaje que te deja deslumbrado y mudo al pie de un abismo.
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